Si hacemos memoria, seguramente todas las mujeres coleccionamos al menos una marca en la piel que nos narra la historia de un momento vivido.
Por ejemplo, la típica herida en la rodilla que te rememora aquella tarde en la que siendo niña te tropezaste mientras jugabas en el parque.
Hay quien en su rostro tiene reflejada la secuela de una infección incontrolada de acné que hizo mella en su piel durante la adolescencia.
Quien sufra de psoriasis -un tipo de enfermedad autoinmune que se caracteriza por formar placas de células en la piel-, seguramente recordará con exactitud la fecha de aparición de aquel primer brote.
En el caso de Delfina (nuestra valiente protagonista por desnudarse en cuerpo y alma para este artículo), unas manchas en su piel marcaron un antes y un después sobre la forma de verse así misma, cuidarse y priorizarse.
En realidad, se trata de una forma peculiar que en ocasiones pasa inadvertida, y muy propia del cuerpo humano, para comunicarnos que dentro del caparazón algo no va bien.
Es curioso cómo algo tan sencillo puede resultar a su vez tan complicado: saber escucharse a una misma.
La gran mayoría de afecciones cutáneas son originadas por factores exógenos, es decir, por causas externas como infecciones por microorganismos: bacterias, virus, hongos o parásitos, pero también por el uso de cosméticos inadecuados que desequilibran el manto ácido de la piel, la contaminación ambiental y las sustancias irritantes.
Sin embargo, hay otras que tienen un origen psicosomático que al no corresponderse a un motivo físico nos cuesta aceptar y entenderlo.
La piel como órgano más grande del cuerpo y a la vez un gran excretor, también sirve para expulsar lo que dentro no quiere estar. Se trata de brotar hacia fuera las emociones reprimidas.
En el verano del año pasado, Delfi observó unas pequeñas manchas en su cuerpo.
Al principio lo que parecían unos pocos e inocentes círculos rojizos en su abdomen y espalda, a los días fueron extendiéndose hasta las extremidades de forma descontrolada.
¿Quizá una reacción alérgica a algún alimento o cosmético nuevo?
Es lo primero que se piensa ante una situación así, por eso en el primer diagnóstico la solución fueron medicamentos de uso tópico a base de corticoides.
Pero tras varias semanas, las manchas no desaparecían, es más, se acentuaban y aumentaban en proporción por todo el cuerpo.
Llegada a esta fase, una segunda opinión era la mejor opción, con su correspondiente biopsia y varias pruebas analíticas.
Pero los resultados exponían que ni era dermatitis, ni psoriasis, ni micosis.
Nada.
¿Entonces, qué podría ser?
Llegado a este punto, ella misma llegó a la conclusión de que su problema podría estar en un origen emocional.
Su intuición, esa a la que muchas ocasiones ignoramos, le decía que debía descansar, exponerse de forma moderada al sol y bañarse en el mar -lo que viene a ser una cura tan ancestral como el ser humano- pero una tarea nada fácil para quien tiene que desprenderse de la ropa a ojos del resto de las personas.
Un doble esfuerzo emocional: mostrar tu cuerpo al mundo tal cual está con su erupción cutánea y a la vez realizar un trabajo psicológico para ahondar en el origen de la causa.
Delfina acababa de emigrar de Argentina a Barcelona hacía tan solo dos años.
Un nuevo trabajo y ciudad a la que adaptarse, lejos de los suyos, dejando a miles de kilómetros su origen, su cultura… en definitiva; una tristeza atestiguada por su piel.
Por eso llegar hasta este punto y abrazarlo ha sido clave para ella.
Aquí empezó a comprender que necesitaba escuchar su interior, atender los sentimientos que aflorasen en cada momento, pero sobre todo mimarse como se merece el ser más importante de su propia vida: una misma.
Esto sí que es el verdadero autocuidado.
Un cambio radical en la alimentación transformándola en vegetariana, eliminando aquellos alimentos inflamatorios, combinándolo con sesiones de acupuntura y regulando el ph de la piel.
Una amiga en común, Vanessa Thuille, fotógrafa y artífice de este reportaje, hizo de nexo de unión entre nosotras para asesorarla en el cuidado de su piel.
Delfina siente que al usar Nasei no ha comprado un remedio, sino algo que ha incorporado a la rutina diaria y que disfruta al máximo con sus texturas, aromas y resultados.
Utiliza el jabón vegetal de oliva y lavanda para no eliminar los lípidos naturales y así no resecar el manto cutáneo.
Por otro lado nutre mucho y a conciencia con el bálsamo de mandarina y geranio, de esta forma aporta los ácidos grasos necesarios para regenerar la epidermis a la vez que la mantiene sana y protegida.
Un proceso largo y tedioso que conlleva mucha fuerza de voluntad al igual que disciplina, pero que le ha ayudado a realizar el reseteo que necesitaba su organismo por dentro y por fuera.
A pesar de lo incómodo que ha sido esta etapa, Delfi saca una lectura positiva que le ha ayudado a entenderse, quererse y valorarse aún más.
Un aprendizaje, pero sobre todo una historia contada por su propia piel.
Fotografías de Vanessa Thuille
Protagonista Delfina Gorelik
Redacción Lorena Aviñón